LIBRO CAPITULAR DE 1770 (Archivo Municipal)
Siendo convenientes al buen orden de la república, y notoriamente útiles a su bien, estar los efectos que ha producido el no uso de los sombreros gachos o chambergos, como indecentes y nada conformes a la debida circunspección de las personas, proporcionados solamente a las acciones oscuras, y no pocas veces delincuentes: y notándose por otra parte, que aún después de tan saludable general práctica, subsiste todavía el abuso de gastarse sombreros semejantes por un gran número de gentes, que ya por su carácter, ya por su profesión, visten hábitos largos y ropas telares, con tanta mayor disonancia, cuanto por la misma razón de llevar tal ropa, debieran ser los primeros en conservar la exterioridad que a cada uno corresponde, sin confundirse entre sí, ni alterar el orden público y común, tan útil a todos los estados y condiciones de los individuos de la misma República.
Para atajar estos inconvenientes, se ha servido el Consejo, prohibir a todas y cualesquiera personas que visten hábitos largos de sotana y manteo, el uso de sombreros gachos o chambergos, así dentro como fuera de la Corte y en cualquier parte del Reyno, tanto de día como de noche; y ha mandado que universalmente, lleven y usen el sombrero levantadas las alas a tres picos, de la misma forma que lo llevan y usan comúnmente todos cuantos visten el hábito corto o popular, sin distinción alguna, a excepción de los clérigos, constituidos en orden sacro, que deberán tener levantadas las dos alas de los costados, con forro de tafetán negro engomado; así porque el antiguo uso de la nación tiene por apropiada y autorizada esta distinción, como porque ella misma sirve de un decoro y señal, a cuya vista, sin equivocación, se les guarde el respeto correspondiente a su sagrado carácter.
Particípolo a Vmª. dé orden del Concejo, para que cuide del cumplimiento de esta Resolución en ese pueblo, publicándola en la forma acostumbrada y comunicándola para el propio efecto de las Justícias Ordinárias de los de su Jurisdición, dándome aviso del recibo de esta y de haberlo ejecutado, para ponerlo en superior noticia del Reyno.
Dios guarde a Vmª muchos años. Madrid 11 de Julio de 1770 = Ygnacio de Ygazeda = señor Corregidor de la Ciudad de Úbeda.
ACUERDO DEL CONCEJO DE VILLACARRILLO:
DOY FE QUE HOY A TRES DE AGOSTO DE SETECIENTOS Y SETENTA, EN CAVILDO QUE SE CELEBRÓ POR EL CONZEJO, HOY DIA, ORDENA SE CUMPLA ESTA REAL ORDEN, Y EN LA PLAZA PÚBLICA, PLAZUELA DE CARBONEL Y CRUZ DE LOS SANJUANES, CON ASISTENCIA DE LOS ALCALDE MAYOR Y OTROS; POR MIGUEL DE AGUILAR, PREGONERO, SE PREGONE LA TAL ORDEN PREZEDENTE, CON LAS PENAS IMPUESTAS EN EL DECRETO DEL CONCEJO. Y PARA SUS EFECTOS, CON ESTE LO PONGO, DILIGENCIO Y FIRMO. = Ureña.
Esta orden venía como consecuencia de los sucesos del 23 al al 26 de marzo de 1766, conocidos por “El Motín de Esquilache”.
El genial escritor Juan Eslaba Galán nos lo relata, con su habitual flema, en su libro «La Familia del Prado», (pag. 287-288)
El principal problema que tuvo Carlos III durante su reinado, fue el motín de Esquilache, que remedió despidiendo y desterrando al ministro responsable.
El marqués de Esquilache era un ilustrado siciliano que Carlos III trajo de Nápoles para ocupar las carteras de Hacienda y Guerra.
Empeñado en europeizar al pueblo madrileño y por extensión al español, se propuso a sustituir la tradicional capa larga española por la corta francesa, y los enormes chambergos de ala ancha por el sombrero de tres picos. Para apoyar sus argumentos señaló que, bajo las amplias capas de los embozados, se disimulaban frecuentemente espadas, estoques y otras armas prohibidas. Como era de esperar, nadie acató la nueva normativa. Entonces Esquilache decidió proceder «manu militari», y dispuso que cuadrillas de guardias valones, reforzadas con sastres, patrullaran las calles de Madrid. Cuando encontraban a un ciudadano vestido a la antigua, reformaban su atuendo en el acto (in situ): un corte al ruedo de la capa, para acortarla, y tres tijeretazos y otras tantas puntadas al chambergo, que en un santiamén, se transformaba en sombrero de tres picos.
El abuso levantó tal indignación popular (probablemente azuzada por los jesuitas) que el propio Carlos III tuvo que salir al balcón de palacio para prometer la suspensión de las reformas y entregarles (figuradamente, se entiende) la cabeza del ministro responsable.
Caído Esquilache, lo sucedió en el favor real el conde de Aranda, que demostró mayor tacto que el siciliano: impuso que los verdugos reales usaran como uniforme de oficio, capa larga y chambergo; consiguiendo que los partidarios del atuendo tradicional no tardaran en abandonarlo con tal de no parecerse al verdugo.
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